Las canastas que valen títulos de Michael
Jordan, los 100 puntos de Wilt Chamberlain, cualquiera de las
asistencias cargadas de magia de Earving Magic Johnson, la
serie de anillos de los Celtics de Auerbach, la voracidad anotadora de
Drazen Petrovic… Son sólo unos pocos –muy pocos- de los momentos cumbres
en la historia del baloncesto, deporte que nació de manera casual en
diciembre de 1891. Y todo comenzó con una cesta de melocotones.

“Sr. Stebbins, ¿tiene un par de cajas de madera de unas 18 pulgadas cuadradas?”.
Cuando James Naismith le hizo esta petición al conserje de la escuela
YMCA, en Springfield, no podía imaginar que se estaba gestando el que
llegaría a ser uno de los deportes más practicados y seguidos en todo el
mundo. “No, pero tengo un par de cestas de melocotones, si le sirven…"
Efectivamente, habría de servirle, no tenía otra cosa. Naismith las
clavó al balcón de madera que rodeaba el gimnasio de la escuela, cada
una a un extremo de la sala, a una altura de 10 pies del suelo (3'05
metros), medida que ya nunca cambiaría. Luego, se dirigió a su
despacho y mecanografió las 13 reglas básicas del juego que había estado
ideando en las últimas semanas. Por último, colgó esos dos folios en un
tablón del gimnasio, donde estaban a punto de llegar sus alumnos para
la clase de Educación Física.
Aquel día tenía clase con los incorregibles,
el aula más complicada del centro, un grupo de alumnos veteranos y
resabiados difíciles de convencer. Frank Mahan, uno de líderes de
aquella clase, fue el primero en aparecer. "¡Vaya! otro juego nuevo", exclamó con desdén al ver las reglas escritas y las cestas colgadas de los balcones. Cuando los 18 incorregibles
llegaron al gimnasio, Naismith les pidió que se dividieran en dos
equipos de nueve jugadores cada uno; les prometió que sería el último
experimento. Eugene Libby y Duncan Patton fueron nombrados capitanes,
les explicó las reglas, cogió un balón de fútbol y comenzó el partido.
Los alumnos se mostraban desorientados y casi nadie estaba seguro de lo
que debía hacer. Las normas dictaban que el jugador que cometiera una
segunda falta sería expulsado y no podría jugar hasta que se anotara la
siguiente canasta… y había tantas faltas que en ocasiones casi la mitad
estaban fuera de la pista.
Pese
a ciertas escenas de caos y desorden, los alumnos, con sus camisetas de
manga corta y sus largos pantalones grises, disfrutaban con entusiasmo
de este nuevo juego que no tenía ni nombre, como también lo hacían los
demás estudiantes que abarrotaban el balcón de espectadores para ver
aquel original partido. Una infinidad de tiros disparatados se mezclaban
con alguna que otra canasta, que era celebrada con júbilo. “One goal”,
gritaba Naismith cada vez que se encestaba. Entonces, Pop Stebbins
debía subirse a la escalera para recoger la pelota dentro de aquellas
cestas de melocotones. El experimento había sido un éxito. Incluso
Mahan, escéptico aquella misma mañana, entendió que aquel no era un
juego más, y pidió prestadas a su profesor las hojas con las reglas para
estudiarlas a fondo.
“¿Por qué no llamarlo Naismith ball? –le sugirió- usted es el inventor y así se le recordará siempre”. “No Frank, eso nunca”. “Pues entonces, señor, si tenemos un balón y un cesto… ¿por qué no llamarlo baloncesto?”.
Aunque no ha quedado constancia escrita de la fecha, se cree que
aquello ocurrió el 21 de diciembre de 1891, el día en que oficialmente
nació el baloncesto. Antes de las vacaciones de Navidad de aquel año
sólo hubo tiempo para un par de partidos más, pero fueron suficientes
para demostrar que la invención de Naismith había triunfado. El 15 de
enero de 1892, The Triangle, la revista oficial del YMCA, dio
su visto bueno al juego y publicó las reglas y consejos de su creador,
lo que provocó que la noticia viajara por todos los centros que la
institución tenía repartidos por el mundo.

Entrenamiento bajo techo
Quince meses antes, en septiembre de 1890, James Naismith había comprado un billete de tren que le llevaría a Springfield, Massachussets. Había decidido unirse al proyecto de la escuela YMCA para trabajadores cristianos. La idea era hacer un curso de dos años para crear instructores que luego viajarían por el mundo difundiendo las ideas cristianas y sus conocimientos en temas de administración y educación física, la especialidad de nuestro protagonista. El Dr. Luther Halsey Gulick Jr, titulado en medicina pero un entusiasta del deporte, era el jefe de educación física de la escuela, y pronto quedó impresionado por su iniciativa y conocimientos en la materia. Fue él quien le pidió que inventara un nuevo juego para que los alumnos pudieran ejercitarse bajo techo. La petición del Dr. Gulick no era casual, ya que se había dado cuenta que, debido al intenso frío y la nieve del invierno en Springfield, los estudiantes no realizaban el entrenamiento físico durante estos meses, los que enlazaban la recién finalizada temporada de fútbol con la venidera de beisbol.
Tampoco
lo fue la elección del destinatario de su petición. James Naismith,
siempre inquieto, había diseñado meses atrás el que sería considerado el
primer casco de la historia del fútbol americano. Durante días,
reflexionó sobre variantes de deportes existentes, intentando sacar lo
mejor y lo peor de cada uno. La premisa fundamental era que se pudiera
jugar bajo techo y en espacios reducidos, y tenía claro que el balón
debía ser el elemento central del mismo. Además, debía ser fácil de
aprender, mostrar un equilibrio entre el ataque y la defensa, que la
técnica y la precisión contaran más que la fuerza, y –fundamental- que
no fuera agresivo. Para ello, no podía dejar correr a los jugadores con
el balón en las manos, ya que esa sería la única forma de evitar el
contacto físico.
Dos semanas después de haber recibido el encargo, presentaba a Gulick las líneas maestras de su nueva criatura.
Su esencia era simple; se jugaría sólo con las manos y tendría como
objetivo meter el balón en una cesta, que estaría a una cierta altura
para primar la precisión. Pronto, este juego sería seguido con
gran interés en todo Estados Unidos y en otros países gracias a la labor
de difusión que llevaban a cabo los instructores de la escuela YMCA.
Su práctica se extendió con una rapidez asombrosa, y fue
perfeccionándose sobre la marcha, mientras se jugaba, teniendo en cuenta
los comentarios y sugerencias de quienes lo practicaban. En 1894 se
establece la línea de tiro libre; en 1895, el tablero; en 1897 se
reglamentan cinco jugadores por equipo; en 1904 se define el tamaño de
la cancha… Sin duda, el baloncesto necesitaba algo más que las 13 reglas
que Naismith había colgado en un tablón del gimnasio de Springfield.

Una infancia marcada por la tragedia
Nacido el 6 de noviembre de 1861, James fue el segundo hijo de John Naismith y Margaret Young, pertenecientes ambos a clanes escoceses que habían desembarcado en Canadá tras las guerras napoleónicas. En una granja de Almonte, un pequeño pueblo de Canadá, vendría al mundo nuestro protagonista. Allí, en plena naturaleza, rodeados de grandiosos bosques, en un ambiente de crueles inviernos y cortos veranos, se criarían James y sus dos hermanos, Annie y Robert. Pero la vida nunca fue fácil para los Naismith-Young. En julio de 1870, el cabeza de familia subió en un carro a su mujer y a sus tres hijos y puso rumbo hacia Grand Calumet Island, a orillas del río Ottawa. Atraídos por las oportunidades de trabajo que ofrecía un nuevo aserradero, partieron en busca de una vida mejor; por el contrario, encontraron todo tipo de desgracias y penalidades. Primero recibieron la noticia de la muerte del abuelo Robert; después, un gran incendio convirtió el aserradero en cenizas. Los pocos ahorros que tenían se acabaron cuando una epidemia de tifus atacó las chabolas de Grand Calumet Island. John y Margaret cayeron enfermos y fallecieron unas semanas después.
Poco
antes, William Young había ido a recoger a sus tres sobrinos; los niños
jamás olvidarían la emotiva despedida de sus padres, ya gravemente
enfermos. Margaret falleció el mismo día en que el pequeño James cumplía
nueve años. Los tres hermanos se criaron con la abuela materna entre
Almonte y Bennie's Corner, curtidos por los golpes de la vida, la
estricta educación de su abuela y la dureza del entorno. A James no se
le daban bien los estudios, pero destacaba entre el resto de los chicos
en cualquier disciplina deportiva en que participara: patinaje sobre
hielo, natación, carreras de canoa por los rápidos del Río Indian...
Además, pasaba largos ratos en la parte trasera de la tienda del herrero
jugando con sus amigos a Duck on the Rock, juego en el que una
piedra se ponía encima de una roca grande y se tiraba otra con parábola
para derribarla mientras la piedra tirada tenía que quedar encima de la
roca. Dos décadas después, Naismith se inspiraría en la idea del tiro
parabólico de Duck on the Rock para inventar un juego donde la técnica y la precisión eran más importantes que la fuerza.
A
punto de cumplir los 15 años, deja el Instituto para unirse a los
leñadores de los bosques de Québec, con quienes pasó cinco años antes de
volver para terminar sus estudios, ya con 20. Deseaba
contentar a su tío Meter, quien quería que fuera un buen pastor
presbiteriano. El director del Instituto de Almonte le facilitó la labor
y le dio clases extras; así, pudo terminar en sólo dos años y lograr el
acceso a la Universidad. En 1881 ingresa en la Universidad McGill en
Montreal, donde de nuevo da muestras de unas sobresalientes cualidades
atléticas y de un gran interés por todo tipo de deportes: rugby
(modalidad que practicó con éxito durante años), lacrosse, lucha,
beisbol… Muchos días entrenaba a las seis de la mañana, incluso con
temperaturas bajo cero en invierno. Concluyó sus estudios universitarios
con éxito en 1887.
Cuando en el verano de 1889
falleció el veterano profesor de educación física de la Universidad
McGill, Frederick Barnjum, el puesto le fue ofrecido a un sorprendido
Naismith. Sin duda, se enfrentaba a una misión de gran responsabilidad:
reemplazar a uno de los especialistas más carismáticos de todo Canadá.
Poco después de iniciar su labor como profesor de educación física
terminaría los estudios de teología, aunque para entonces ya tenía claro
que su futuro no sería como clérigo. "Me di cuenta que había más maneras de hacer el bien que rezar",
escribiría años después. También para entonces había entablado amistad
con Daniel Andrew Budge, director de la Asociación de Jóvenes Cristianos
(YMCA). Después vendría su viaje a Springfield y la invención del
baloncesto, el deporte que le daría la fama.

Una vida austera
Pese al éxito del baloncesto, Naismith siguió con su vida austera y cuando decidió abandonar Sprigfield, en 1895, simplemente se llevó algunas traducciones de las reglas del baloncesto que le habían enviado desde distintas partes del mundo. No recibió ningún puesto de prestigio, ningún honor, ni siquiera la tarea de coordinar las numerosas reglas que iban surgiendo, a modo de sugerencias, desde todos los rincones del país. Después de inventar este deporte, pareció dejar que fueran otros (en un primer momento el Dr. Gulick) quienes controlaran su desarrollo; él centraría sus esfuerzos a partir de entonces en el mundo de la medicina.
Un año antes a su marcha,
James había conocido a Maude Sherman, como no, en una cancha de
baloncesto. Con ella se casaría el 20 de junio de 1894, y con ella y con
su hija recién nacida viajaría a Denver en 1895 para matricularse en la
Facultad de Medicina de la Escuela Gross; su principal interés se
centraba en el campo de las lesiones deportivas. Durante tres años,
compaginaría sus estudios con su trabajo como director del YMCA local.
En 1898 recibiría su título de medicina con una nota de sobresaliente
pero -al igual que ocurrió con la teología- nunca llegaría a ejercer la
profesión. Por el contrario, se dedicaría durante décadas al
entrenamiento cultural y deportivo, su verdadera pasión. Incluso entrenó
durante 14 años al equipo de baloncesto que formó en la Universidad de
Kansas, aunque sus resultados como entrenador del deporte que había
inventado no pasaron de mediocres.
Inquieto por
naturaleza, James Naismith no paró de estudiar y de enseñar durante toda
su vida, además de involucrarse en numerosos proyectos sociales. Tuvo
cinco hijos con Maude -quien se había quedado sorda a causa del tifus-, y
pasados los 50 se alistó en la Guardia Nacional, como capellán, siendo
enviado con los militares estadounidenses a luchar contra los rebeldes
de Pancho Villa. Durante la Primera Guerra Mundial, fue enviado a
Europa con el encargo de organizar pasatiempos para los militares
estadounidenses en el frente y de darles conferencias sobre los riesgos
del sexo promiscuo. Al finalizar el conflicto bélico regresó a
su hogar en Lawrence (Kansas) donde continuó con su trabajo y con su
vida, no sin ciertas dificultades económicas.
En
1935, mientras Estados Unidos se recuperaba de la Gran Depresión, un
septuagenario Naismith recibió desde el viejo continente una buena
noticia: el baloncesto iba a ser deporte olímpico en los Juegos de
Berlín. Sin embargo, la alegría no fue completa: no podría asistir
debido a sus escasos recursos económicos. Al enterarse Phog Allen, el
entrenador que le sucedió en Kansas, puso en marcha una campaña para
recaudar fondos para pagarle el viaje a Berlín. Bajo el nombre de "Las Noches de Naismith", se recaudaba un céntimo de dólar de cada entrada de los campeonatos universitarios de aquel año. En
julio de 1936, profundamente emocionado, James Naismith realizaba en la
capital germana el saque de honor del primer partido olímpico de la
historia del baloncesto. Aquel juego que inventara 44 años
antes para que sus alumnos pudiesen ejercitarse en los fríos días de
invierno, era ya uno de los deportes más practicados y seguidos en todo
el mundo. Con esa satisfacción moriría, de un derrame cerebral, tres
años después. Su obra, sin embargo, será siempre eterna.
P.D:
Los dos folios con las 13 reglas originales del baloncesto que
mecanografió James Naismith el 21 de diciembre de 1891 se conservan
todavía, y fueron vendidas en subasta recientemente (diciembre de 2010),
por 4,3 millones de dólares.
